divendres, 14 de febrer del 2014

BREVE RECORRIDO DEL AMOR EN LA LITERATURA

Gottfried von çstrassburg: Tristán e Isolda (h. 1210)
 

                 En la Italia de finales del Medievo se amaba de manera diferente a la que se estilaba en la Francia del antiguo Régimen, así como el amor en la Inglaterra decimonónica era otro que el de la Europa postmoderna.
            Hasta el renacimiento, el amor fue el concepto de un ideal. Se amaba a la mujer como plena encarnación de la virtud y la belleza. Las fuentes literarias más conocidas de esta adoración son los sonetos de los grandes poetas italianos. (Dante y Petrarca). Ambos escribieron versos de amor a dos jóvenes mujeres en el siglo XIV: Dante idolatraba a una mujer llamada Beatriz y Petrarca, a una de nombre Laura. Ambas eran idealizaciones de dos mujeres que realmente existieron y con las cuales los poetas tuvieron un breve encuentro en su vida. Beatriz Portinari, de nueve años, era la hija de una familia acaudalada de Florencia a la que Dante probablemente contempló de lejos en dos ocasiones. Petrarca vio a su Laura por vez primera en una iglesia en Aviñón el 6 de abril de 1327, pero nadie ha podido averiguar de quién se trataba. Estos fugaces encuentros bastaron para que la fantasía de los poetas creara dos de las figureas femeninas más conocidas de la literatura occidental. Tanto Beatriz como Laura se casaron posteriormente con otros hombres, pero nada estaba más lejos de la intención de Dante y de Petrarca que acercarse físicamente a sus amadas. Beatriz y Laura eran perfectas -y precisamente por eso inalcanzables e intocables-. El hecho de que ambas mujeres murieran muy jóvenes en la realidad no redundó precisamente en perjuicio de sus enaltecimiento. Muertas, Beatriz y Laura encarnaban la perfección.
             En la época de Shakespeare, en el Renacimiento, el amor se consideraba una enfermedad de la que uno podía recuperarse o a la que se podía sucumbir. La asimilación del sentimiento amoroso a una dolencia es originaria de la Antigüedad. Así se ponía de manifiesto que el amor es un estado extraordinario que requiere un tratamiento singular. En el Renacimiento, la pasión amorosa se juzgó como una manifestación de la primera enfermedad de la civilización europea: la melancolía.
            Transcurrieron varios siglos hasta que se produjo la democratización del amor. Las grandes parejas clásicas de la cultura europea pertenecían a la alta nobleza. Si en la literatura popular del Renacimiento aparecía una pareja de origen humilde (también en el caso de personajes secundarios de Shakespeare) se trataba siempre de los enamorados que protagonizaban el episodio cómico. Esto demostraba que el amor era un asunto complicado de aprender y que sólo podían manejar aquellos que hubiesen disfrutado de una educación cultivada. Fue necesaria la Ilustración, en el siglo XVIII , para que se impusiera la noción de que el amor no es sólo una cuestión de las clases más favorecidas sino una cualidad interior para la que están capacitados todos los seres humanos. 
Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas (1782)
          La mayor diferencia entre el concepto que estuvo vigente en Europa hasta cerca de 1750 y el nuestro, se refiere a la duración del amor. Hasta hace unos doscientos cincuenta años, a nadie se le hubiese ocurrido relacionar el amor con el matrimonio, ya que el amor se consideraba veleidoso. El amor era pasional y breve. era como un fuego que irremediablemente se extinguía: en algún momento se apagaría la llama de la pasión. Precisamente por la irracionalidad del amor , éste no podía ser la base de algo que requiriese cierta consistencia. El matrimonio era una decisión racional, subordinada a intereses políticos y económicos . En los estratos más elevados de la sociedad, los esponsales servían para aumentar las tierras y las fortunas, valían como instrumento de la política de las familias, por lo que la preparación de las bodas era una cuestión estratégica. En las clases media y baja, la subsistencia doméstica se fundaba en el matrimonio, esto es, aseguraba la existencia económica de la familia. Nada molestaba más al matrimonio que el amor. Por esa razón el amor se situaba fuera del matrimonio y tenía lugar después del mismo.
       En el ámbito de la nobleza europea de los siglos XVI y XVII se daban por supuestas las aventuras extra matrimoniales. Valían tanto para los hombres como para las mujeres. El amor consistía esencialmente en seducir y ser seducido, y requería discreción, táctica y muchas habilidades retóricas. En el siglo XVII nadie se hubiera incomodado ante la afirmación de que el amor era una convención social. El amor galante fue un exquisito juego de sociedad en el que hubo expertos : los libertinos y las coquetas. (Choderlos de Laclos)
         porque hay amor es un pensamiento muy moderno que procede, como casi todas las invenciones modernas, de Inglaterra. Esta nueva manera de concebir el sentimiento amoroso es fundamentalmente, una maravillosa creación de las clases medias burguesas. Lo decisivo pasa  a ser que el amor romántico se basa en el sentimiento. Este hecho modifica radicalmente los motivos del amor: uno no es amado solamente por ser bello, rico, noble o estar disponible, sino porque uno es precisamente como es. Se ama al otro como ser completo, incluyendo también sus defectos (que pueden ser modificados en caso de extrema necesidad). De ahí que sea posible atribuir al amor ciertas expectativas de permanencia. Sólo a partir de este concepto puede considerarse al amor como base de un matrimonio o relación duradera. (Jane Austen)
Jane Austen  (1813)
La atribución de cierta durabilidad al amor es una noción bastante nueva dentro de la cultura europea. comenzar una relación de pareja con la esperanza de que sea duradera
           El amor romántico es el modelo que goza en la actualidad de mayor aceptación. Pero todo está permitido: el que así lo desee puede practicar la abstinencia durante años e idolatrar de lejos a inalcanzables estrellas del pop, o puede adoptar dramáticas poses y pretender estar de continuo a punto de fallecer de amor, o puede coleccionar conquista tras conquista tal como era costumbre entre los aristócratas de la corte de Luis XV.

Libros. Todo lo que hay que saber: Christiane Zschirnt.
Ed. Taurus

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